El secreto (2)
Implicaciones eclesiásticas del secreto mesiánico
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 169
En el centurión tenemos
la confesión, como afirma Pronzatto, de uno que llega tarde. No solo es una
declaración sobre quién es Jesús; es hijo de Dios (lejos de la definición
dogmática de Nicea y Calcedonia) sino que es también una declaración de lo que
Dios está haciendo a través de Jesús; permite que un pagano, soldado y miembro de
la fuerza opresora “declare su fe en el mesías judío”[1]. Frente
a otras declaraciones similares en el recorrido del evangelio hubo un mandato a
guardar silencio, ahora no. Jesús es
“hijo de Dios, el mesías”, no en virtud de la imposición de la fuerza, el éxito
y el triunfalismo político, él es el mesías en virtud de su entrega y servicio
hasta la cruz. Ahora, por la influencia del paradigma alselmiano (referente a Anselmo de Canterbury), los cristianos han visto la cruz como ese lugar de transacción y sustitución
en donde se “paga por ellos” al asumir Jesús el lugar que les correspondía. No obstante
el evangelio ve el asunto de otra manera: “nos invita a tomar la cruz como
modelo de seguimiento”. Tomar la cruz significa vivir la vida de Cristo, su
proyecto, con la radicalidad que merece, con el dinamismo que requiere y con la
continuidad que demanda[2]. En
pocas palabras: Jesús no murió para que nosotros no muriésemos sino para
enseñarnos como debemos morir. Entonces, solamente con la muerte en la cruz se
comprende realmente la auténtica condición mesiánica de Jesús, su verdadera
identidad como hijo de Dios.
Son evidentes entonces las implicaciones del “secreto
mesiánico” para el discipulado, pero qué desafíos plantea el “secreto mesiánico”
para la iglesia como comunidad, como cuerpo. En muchos sectores de la iglesia
se nota que la misión se hace desde el prestigio, el poder y el éxito. La idea aquí
es que, el “secreto mesiánico” no solo fue un hermoso recurso literario y teológico
con el que Jesús y el evangelio corrigen la visión de mesías de su tiempo, sino
que también se presenta como modelo de la misión de la iglesia, ósea, el “secreto
mesiánico” se convierte en “secreto eclesiástico” que debe corregir y reorientar
constantemente la misión de la iglesia en la autocrítica permanente de sí misma
y la forma en la que la sociedad la ve. Porque si la creación de una comunidad mesiánica
era el elemento fundamental de la misión de Jesús[3],
esta debe ser reflejo de su creador. Por ejemplo, la “fe se ha vuelto espectáculo
o show”. La iglesia, en aras del cumplimiento de la misión, funciona bajos los
criterios de lo que Vargas Llosa llamó “la civilización del espectáculo” en
donde no es “sorprendente que la religión se acerque al circo y a veces se
confunda con él”[4].
La iglesia monta el show y quiere que los asistentes concluyan diciendo: “esta
es la iglesia”. Ella quiere ser reconocida a partir de la pantalla, el éxito y
prestigio que pueda conseguir en los mass media. En vez de invitar al silencio
reflexivo invita al aplauso y al reconocimiento de su identidad a partir del espectáculo.
Por otro lado es evidente el coqueteo de la iglesia hoy
con “el fenómeno constantiniano” esa forma de creer que la iglesia es efectiva
en su misión a partir del poder político que obtenga. Ha sido muy evidente la
forma en la que gran parte del pueblo evangélico en Colombia sacó pecho lleno
de orgullo al votar “NO” en la consulta plebiscitaria el año pasado. Artículos importantes
se escribieron para decir que la iglesia era la nueva fuerza política y la
iglesia complaciente lo aceptó como triunfo a favor de la fe. El caso
Norteamericano es también especial, un amplio sector de la Iglesia en USA y en el mundo ve la
llegada de TRUMP como un enviado de Dios para "salvar" la tierra. Ahora, cuando la
misión de la iglesia degenera en una búsqueda de poder o prestigio en medio de
la sociedad, cae en contradicción
flagrante con el modelo del Crucificado. Cuando hace del
"éxito" el summum bonum de
su escala de valores y la meta de sus esfuerzos, ha traicionado a su misión en
el preciso momento de creer cumplirla. La iglesia del crucificado no
está llamada a ser la "Iglesia gran Señora", rica y poderosa, sino la
"Iglesia Sierva", que sigue los pasos de su Maestro, el Señor que se
dignó volverse Siervo Sufriente (Fil 2:7). El “secreto eclesiástico”
nos dice que la única forma de conocer a la iglesia es en la cruz, la cruz de
la entrega, del servicio, y de la misericordia. No es en la imposición sino en
la disposición a servir. Lo expreso continuación en modo narrativo. Continuará.
[1] La afirmación del centurión no
se reduce a un simple "comentario" hecho después de la muerte de
Cristo por uno de los que habían desempeñado en ella un papel de primer orden.
Constituye el punto de llegada del evangelio de Mc. Es la tan esperada
respuesta al interrogante fundamental que subyace en todo el libro: ¿quién es
Jesús? Después de tantas respuestas, equivocadas unas y acertadas otras, pero
provenientes de la parte equivocada (los demonios) y otras incompletas, he aquí
la respuesta exacta. Y esta respuesta, que es una verdadera profesión de fe,
procede de un pagano que descubre la identidad de Jesús precisamente en el
momento de la derrota y del fracaso.
[2] Así, la cruz es un símbolo de
que comunica la radicalidad del evangelio y el camino de transformación. Jesús
NO MURIÓ EN LA CRUZ para evitar que nosotros vayamos allí. La muerte de Jesús
EN LA CRUZ ES UN MODELO PARA IMITAR NO UN ASUNTO PARA ADMIRAR. Él nos invita a
morir su muerte para que vivamos su vida”. Así, la Biblia nos llama a morir la
muerte de Cristo, experimentar su pasión; para vivir la vida de Cristo,
experimentar su resurrección (Gal 2:20; Rom 6:1-6).
[3] DRIVER, Juan. La fe en la periferia de la historia: una historia del pueblo cristiano
desde la perspectiva de los movimientos de restauración y reforma radical. SEMILLA-Guatemala,
1996, p. 29.
[4] VARGAS LLOSA, Mario. La civilización del espectáculo. Alfaguara-México,
20013, p. 171.
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