El paparazzi de Dios: retrato de un pecado real (1)
2 Sam 11-12
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Caballero125
Los años han pasado, atrás quedo el jovencito pastor de
ovejas que mató a Goliat, el soldado insigne de los filisteos. También quedaron
atrás las noches y días de persecución
política que Saúl, por celos, cernía sobre él. Si, indudablemente, estamos
haciendo referencia a David; el dulce cantor de Israel (2 Sam 23:1). Ahora es
ya “el rey David”. Han pasado los años y el reinado y la nación misma han sido
consolidados[1].
Ahora David tiene que enfrentar a su mayor enemigo, tiene que pelear su mejor
batalla, tiene que vencer a su peor adversario… a él mismo. Esto nos recuerda
una sentencia posterior a David, que hecha tal vez desde el palacio real de Israel,
dice: “Es mejor conquistarse a sí mismo que conquistar una ciudad” ( Pr 16:23).
La mayor conquista es la conquista de uno mismo: el autocontrol. Hay que tener
en cuenta que existe la posibilidad de ser exitosos fuera de casa y perdedores
dentro de ella. Parece ser que para David el mayor peligro no estuvo en sus
días de soldado “inexperto” sino en los días de su “veteranía”, de su
comodidad. La reflexión que nos
concierne esta vez es harto popular: trata de un rey cómodo, David, que usa su
poder para abusar de una mujer y de un extranjero. El relato, muy provocador,
dramático[2] e incómodo, no pasa a veces en nuestras
iglesias de las reflexiones moralistas para los niños en el salón de clases del
domingo o del predicador diciéndonos que “no seamos pecadores como David”,
pero… hay más. Esta historia debe tener muchos más, debe decirnos más. Veamos.
El
relato presenta un estructura concéntrica o de quiasmo así:
A. David no va a la guerra, 11:1.
B. David deshonra a Betsabé, 11:2-5.
C. Muere Urías el Heteo, 11:6-27.
D. Natán cuestiona a David, 12:1-15.
C’. Muere el hijo de David, 12:16-23.
B’. David consuela a Betsabé, 12:24-24.
A’. David va a la
guerra, 12: 26-31.
El camino que
tomaremos frente al relato será el siguiente: lo explicaremos todo a partir de
la estructura tratando de entender el relato dentro de su contexto literario, político
y teológico (el texto allá y entonces), y luego, haremos unas reflexiones para nuestros
días, tratando de mirar la cuestión del poder en el ministerio, la política y
la vida cristiana en términos generales (el texto aquí y ahora). Esta manera de
acercarnos al texto no solo da elementos necesarios al predicador para enseñar
la narración e incentivarlo a seguir investigando, sino que también toca al
creyente “no predicador” en sus realidades y su día a día. Empecemos. El relato
nos introduce dando la sensación de consolidación y seguridad en Israel y su
rey David (A-A’). Los ejércitos de Israel hacían a sus enemigos vasallos e
infundían temor militar (2 Sam 11:19). Atrás quedaron los años de luchas
intestinas y derrotas militares. David ha crecido, Israel también. La nota
respecto a la estancia de David en Jerusalén “cuando los reyes van a la guerra”
parece sugerir que David estaba en el lugar equivocado (11:1). Era habitual que
las actividades militares cesaran en invierno y se reanudaran para la
primavera. David, es el comandante en jefe de sus ejércitos, debe estar en la
guerra, pero… va a enfrentar, en medio de su comodidad, su mayor reto. Sucede
con demasiada frecuencia que un sentido de tranquilidad y seguridad es el
preludio a un fracaso “espiritual” o moral. La parte narrativa paralela a esta
sugiere que, la historia se corrige o se redime cuando el rey está en donde
debe estar (12:26-31), pero ya la tragedia ocurrió. El aire de sin sabor queda en
el lector que puede frente, a los hechos, comentar para sus adentros: “pudo ser
de otra manera”. Era mucho más apropiado para David tomar ciudades que estar
tomando la esposa de su oficial.
El ocio mal
dirigido, la soledad no habitada, la intimidad sin agenda, arroja sus peores
resultados. Al lugar en donde no debía estar, se le suma ahora la mirada
lujuriosa. Vamos a seguir viendo como justamente en el auge de la gloria de David,
comienza su corrupción (B-B’). Ya lo dijo Lord Acton “El
poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. David, se pasea por
su terraza real y desde allí “ve”. Ver en este contexto es poseer. La mujer no
tiene campo perceptivo. No ve, es vista. La mujer todavía no tiene nombre y
aparece indefensa ante los ojos ociosos y caprichosos de un varón poderoso. La
mujer esta desnuda, bañándose. La desnudez aparece tanto como una razón (desde
el varón) para el deseo sexual como una situación de vulnerabilidad e
indefensión. La mujer no puede hacer nada para evitar ser vista. Ni siquiera lo
sabe, está en desventaja. Continuará.
[1] “La consolidación del poder de
David como monarca de los reinos de Judá e Israel fue un proceso lento que debe
haber tomado años. Las narraciones Bíblicas no indican la extensión del
periodo, pero presentan le proceso en, por lo menos, tres etapas de importancia
(2 Sam 5:11-25; 8:1-18; 20:23-26)”. PAGÁN, Samuel El rey David: una biografía
no autorizada. Clie-Barcelona, 2014, p 137.
[2] SKA, Jean-Louis. Nuestros padres
nos contaron: introducción al análisis de los relatos del Antiguo testamento. Estella (Navarra) Verbo Divino, 2012, p 51.
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