La oración y el Espíritu
Lc 11:13
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Caballero 107
Para el lector inquieto, el creyente sincero que
lee los evangelios para enriquecer su vida y experiencia de fe en Jesús, que ha
leído y orado el padre nuestro en versión mateana,
le llama la atención la forma en la que Lucas termina el padre nuestro; con la inclusión
del Espíritu Santo. La pregunta que le suscita el texto pueda que sea la
siguiente ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo en la oración? Esta pregunta
será la que guiará la siguiente reflexión. Sugiero que Lucas incluye al
Espíritu Santo en su versión del padre nuestro al menos por cuatro razones: la primera es una razón cristológica. Cuando
empezamos a leer la historia de la salvación y específicamente la cuestión de
la esperanza mesiánica, nos damos cuenta que junto a ella está vinculada la
promesa del Espíritu (Is 42:1; 61:1-4; Ez 36-37). El paquete de la esperanza mesiánica trae
consigo la promesa del Espíritu de Dios. Ahora, Jesús de Nazaret como persona
concreta y situada, asume para si las narrativas y la historia de su pueblo Israel;
él es el mesías prometido. Por lo anterior, es apenas obvio que Lucas haga tal
inclusión: esta oración, que pide por el reino de Dios instaurado en la persona
y obra de Jesús de Nazaret como mesías, no olvida que este mesías traerá el don
de los dones: el Espíritu Santo de Dios. Hoy por hoy, las grandes incomprensiones
y perversiones de la doctrina y experiencia del Espíritu tienen que ver con el
hecho de que se ha hablado del Espíritu olvidando el marco cristológico o
mesiánico (1 Cor 12:1-2).
La segunda es una razón misiológica. El
énfasis de Lucas sobre el Espíritu Santo es evidente, en sus dos obras, Lucas y
Hechos, el Espíritu aparece como condición o experiencia necesaria y fundamental
para la misión. Lo que para nosotros es hoy, lamentablemente, un agregado, un
apéndice, una adición descartable; para Lucas es neurálgico y vital (3:21-22;
4:18-19; Hech 1:8). En Lucas la iglesia es la comunidad neumática, la comunidad
del Espíritu. Al incluir al Espíritu entonces al final de la “oración modelo”,
Lucas quiere recordarnos que nuestras oraciones deben clamar y gemir por el
hecho de que Dios nos capacite con su Espíritu Santo para la misión. De esta
manera hay una estrecha relación entre Oración, Espíritu y Misión. Jesús
resucitado mandó a los discípulos a no moverse de Jerusalén hasta la llegada de
la promesa del Espíritu Santo (Hech 1:5-8). La técnica y la estrategia son
importantes pero el poder de Dios a través de su Espíritu es vital y
experiencia primordial para todo lo que hacemos como iglesia del Señor. Esta
visión de las cosas es una crítica clara a la tendencia actual de la
“profesionalización de los ministerios” y la imposición al liderazgo
eclesiástico de la “cultura gerencial”.
La tercera razón es comercial. Es sabido
para nosotros que el don y la experiencia del Espíritu están y estarán sujetos
a la perversión, no por la naturaleza del don sino por la naturaleza humana
caída y manchada por el pecado. Cuando Lucas dice que el Espíritu se pide en
oración y que Dios lo da, inmediatamente lo ubica en el escenario de la dadiva,
de lo que no se compra, lo que no se vende. Es bien conocido el relato de
Hechos en donde Simón el mago intenta comprar el don del Espíritu y la
respuesta concluyente de Pedro: “¡Tu dinero perezca contigo, porque has
pensando obtener por dinero el don de Dios!” (Hech 8:20). Simón, acostumbrado a viajar por el mundo
mediterráneo coleccionando formulas y conjuros, pensó tener en su haber al
Espíritu Santo, pero el don de Dios no es mercancía, no se puede traficar con
él. En la edad media se le llamó “simonía” a la venta de puestos eclesiásticos,
a la venta y la comercialización de los dones y ministerios de Dios. Pero,
Lucas no solo nos dice que el Espíritu no está a la venta, sino que también
afirma que no es hipoteca de nadie, el texto afirma: “a los que pidan”. El
Espíritu ni está a la venta ni está reservado para una elite especial. De
hecho, no hay una experiencia tan democrática y tan incluyente en el NT como la
del Espíritu.
La ultima y cuarta razón es devocional. La
parte final de la oración del padre nuestro pone al orante frente a una realidad
compleja: sus relaciones, la relación con Dios y con sus semejantes. La
tentación aludida tiene que ver con la posibilidad de no perdonar y que esto se
convierta en una fuente de maldad; por ello el orante pide ser librado del mal.
De esta manera, para vivir a la luz de esta oración, con todas sus
implicaciones referentes a Dios (verticales) y al prójimo (horizontales), se
necesita la fuerza, el poder del Espíritu Santo de Dios. Así, la oración es un
llamado al compromiso social, a la construcción de una sociedad alternativa,
que percibe al otro como escenario para la expresión de la fe en Dios y no a un enemigo al que hay que eliminar. La
oración genuina, ha dicho Padilla[1],
no es un acto religioso que le permite al orante huir de la realidad, es una manera de encarar la
realidad, asumirla tal cual es para someterla a la acción transformadora de
Dios. El compromiso que asumimos cuando oramos solo es posible llevarlo a cabo
si contamos con el poder del Espíritu de Dios. Recordemos que nuestras más
hondas y profundas crisis tienen una misma fuente: la ruptura con el altar de
Dios; Jesús expresó “oren y velen para que no entren en tentación” (Mrc 14:38 ).
Cuando no oramos se interrumpe “la fuente de poder”, nos creemos dependientes,
poderosos y entonces vienen las ruinas y los desastres. Por ello oremos: “Señor,
danos hoy de tu Espíritu, empodéranos para llevar a cabo tu misión”. Fin.
[1] PADILLA, Rene. Discipulado y
Misión: compromiso con el reino de Dios. Kairos-Buenos Aires, 1997, p 34.
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