miércoles, 21 de marzo de 2018

Recordar es vivir (3)


Recordar es vivir (3)
Dt 8:1-20
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero194
Tercera indicación temporal: el futuro, vv. 7-20. En esta parte del texto Moisés habla al pueblo de lo que será su futuro como sedentario en la tierra prometida. Habla de las bendiciones pero también de las tentaciones; habla de las bondades pero también de las maldades. La bendición de la tierra traerá consigo sus riesgos, estos  no proceden del dador de la tierra sino del corazón mismo del pueblo. Por ejemplo, sabemos, por los relatos del AT que el sueño de la tierra prometida se convierte en pesadilla. En la sección anterior del texto, “el pasado como peregrinos”, la palabra clave era “recordar”, ahora, frente al futuro, la clave será “no olvidar”. Pero, ¿no olvidar qué?  Veámoslo.
            En primer lugar, no olvidar que la tierra es un don de Dios, vv. 7-10. Aquí, el contraste entre el pasado (desierto) y el futuro (tierra prometida) es evidente. Atrás quedan los años de escases, de estrechez y de penurias. La tierra, muestra concreta del cumplimiento de Dios a sus promesas fundadas en el amor por su pueblo, ya está a la vista.  Como lo cantara Niche: “A lo lejos se ve mi pueblo natal, no veo la santa hora de llegar… ya vamos llegando me estoy acercando
No puedo evitar que los ojos se me agüen”. Es decir, se respira en el ambiente ese sentimiento que se produce cuando se está cerca de lo deseado o a lo soñado. La tierra se describe como un escenario de abundantes acuíferos, con variedad de productos agrícolas y con recursos minerales. La frase inicial “el Señor te introduce” o el “Señor te da” recuerdan que la tierra es más que una conquista… un don de Dios. El don de la tierra y su usufructo tendrá dos propósitos: el disfrute y la alabanza a Dios. Pero con el don vienen también las demandas, con el indicativo… llega el imperativo.
            En segundo lugar, no olvidar que la bendición trae consigo tentaciones o peligros, vv. 11-20. Hay dos peligros evidentes ante la entrada a la tierra: el orgullo y la idolatría. Veamos. El orgullo que, ante la prosperidad, lo hará olvidar de que en los tiempos del desierto Dios los guio (Nos olvidamos de las personas que en los momentos difíciles nos dieron la mano, nos conectaron con alguien o algo o, sencillamente, nos promovieron). El orgullo los hará pensar que ellos mismos son la fuente de sus prosperidades y bendiciones. Ellos dirán: “mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (v. 17). La prosperidad en la tierra, dice el autor, puede desarrollar un falso concepto de autosuficiencia (Prov. 18:12). Por esto, cuando sintamos que Dios nos ha bendecido, ese es el mejor tiempo para buscar al Señor como nunca antes y alabarlo por su fidelidad. El verso 18 llega a pinchar el globo del orgullo y la arrogancia al incluir a Dios en la operación y en el cuadro. Dios no dio a su pueblo la tierra para que este alimentara su orgullo, sino porque estaba decidido a honrar su palabra y el pacto. Dios cumplió, ellos no[1].
            El segundo peligro que trae consigo el don es el de la idolatría. Cuando no se reconoce que Dios es el supremo dador, generoso, solo hay que dar un paso más para buscar en otra parte el origen de los bienes y las bendiciones de la vida (Baal- agricultura). El orgullo y la idolatría terminaron destruyendo al pueblo. Lo que estaba condicionado, v. 20, no era la entrada a la tierra sino la permanencia en esta. El riesgo de perder la memoria llega en el momento en que el pueblo se sacia de los bienes que Dios le da con esta tierra fabulosa. Así, el peligro en tiempos de desierto es la negación de Dios por la amargura y la desesperanza; el peligro en tiempos de la tierra es la negación de Dios por el orgullo y la y la abundancia (idolatría). Era necesaria primero la experiencia del desierto antes del regalo de la tierra para enseñar al pueblo la humildad, la dependencia y el agradecimiento. Lo más grande e importante en la experiencia del pueblo no era “confiar en una tierra de abundante pan”, sino admitir y reconocer que “no solo de pan dependería la existencia”.
            Existe, en el texto, una relación entre abundancia (posesiones) e idolatría. O sea, la abundancia, el dinero y las posiciones son terrenos fértiles para el nacimiento de la idolatría. Qué fácil es cuando todo va sobre ruedas, cuando el éxito corona nuestros esfuerzos, cuando los resultados en cualquier ámbito son positivos, empezar a pensar que somos más eficaces, inteligentes, capaces o incluso espirituales que los demás. Tal vez no sea muy necesario explicar esto demasiado, ya que es una experiencia bastante común de los buenos tiempos. Una vez que olvidamos que Dios es el supremo dador, el más generoso, quien nos ha dado todo para que lo disfrutemos, sólo hay que dar un paso más para buscar en otra parte el origen de los bienes en los buenos tiempos. Y esto es la idolatría. Frecuentemente hablamos aquí del desastre que produce la idolatría, por lo que no vamos a insistir hoy. Pero es un tema fundamental. Seguramente, los dos peligros más importantes de la sociedad del siglo XXI son el orgullo y la idolatría. La confianza constante en Jesús será fundamental para mantenernos a raya. Pablo dice “se vivir en la abundancia”, “se vivir en la escasez”, porque todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza (Fil 4:13).  Confesemos esto constantemente, sí; pero tomemos decisiones a partir de las confesiones pues de nada sirven confesiones bien elaboradas si no van acompañadas de decisiones de vida. El culto y la celebración eucarística mantienen viva la memoria de Cristo en y por nosotros. Fin.  


[1] “Si Israel ha perdido el don del Señor es porque primero ha perdido la memoria y así se ha perdido el mismo… sin la memoria se verá incapaz  de mantener la conciencia de quién es, de la identidad que Dios le reconoce cuando lo hace interlocutor de su alianza”. WENIN, André. No solo de pan. El deseo en la Biblia: de la violencia a la alianza. Sígueme- Estella (Navarra), 2009, p. 215.  

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