jueves, 30 de marzo de 2017

Los evangelistas y yo

Los evangelistas y yo
Recuento de una experiencia “interministerial”
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero173
Si hay un grupo ministerial, pero más que eso, de hermanos y amigos a los que admiro y aprecio profundamente por lo que son (sus calidades humanas) y por lo que hacen (sus competencias ministeriales), es el de los evangelistas. Y por ello, desde ese aprecio y amistad me atrevo a hacer pública una experiencia entre amigos e invitarlos con ello a la reflexión sobre la tarea de la predicación en la evangelización y la pastoral. En días pasados fui invitado a un evento de evangelistas para que compartiera el tema de la predicación o de cómo predicar. Partí del presupuesto básico de que la predicación sana del texto Bíblico surge a partir de una buena observación de los detalles del mismo, es decir; que antes de responder a la pregunta ¿Qué quiere decir el texto?, respondamos a la pregunta ¿Qué dice el texto? Observamos detalles literarios, estructuras, repeticiones, contextos, etc. Invité a los hermanos a hacer la primera observación partiendo de textos conocidos y populares en “la predicación evangelistica”.
            Observemos Efesios 4:11, allí se habla en primer lugar no de cinco ministerios sino de cinco personas con cinco funciones o ministerios distintos dentro de la iglesia, entre ellas, el evangelista. Pregunté ¿Cuál es el escenario ministerial del evangelista aquí? ¿Hacia dónde está enfocada su función?  La respuesta es… hacia la iglesia misma. ¡Qué curioso!, afirmé, casi siempre pensamos que el evangelista tiene como auditorio a los inconversos y no a los creyentes. Creo que observaciones como estas nos invitan a repensar el texto, no para negar lo que venimos haciendo sino para enriquecerlo con una mirada nueva y fresca. No negamos el auditorio inconverso habitual sino que nos preguntamos sobre lo que el evangelista hace para equipar a los creyentes para el ministerio.  Pasemos ahora a otro texto, ¿Que dice Juan 14:2? Se hizo la lectura con tono y entusiasmo de evangelista. Pregunté ¿Cuál es “la casa del padre” a la que el texto hace referencia? Las respuestas rápidas no se hicieron esperar… “el cielo”, dijeron todos a una voz como si se hubiesen puesto de acuerdo. Pregunté entonces ¿Cómo  lo saben? ¿Lo dice el texto?, dijo alguien: “es que Mateo dice que…”, interrumpí para decir que no estábamos observando a Mateo sino a Juan, diciendo que debemos guardarnos de esa tendencia a ver rápidamente paralelos sin haber estudiado primero el texto. Ahora, dije, comparemos Juan 14:2 con el 14:23 parece sugerir el texto, ante la pregunta de Judas, que “la morada o la casa del padre” es la comunidad de discípulos obedientes y amantes de las palabra. Noté entonces la sorpresa en los rostros de mi auditorio, esa sorpresa que se da cuando te tocan “los fundamentos”. Sigamos.
            Vamos a terminar este tiempo con dos observaciones más a partir del texto más popular en la tarea evangelizadora, exacto, Juan 3:16. Pregunté ¿Qué es la “vida eterna” en el texto? La respuesta en coro volvió a repetirse: “es la vida después de la muerte”. ¿Cómo lo saben? Pregunté, ¿Lo dice el texto? A ver, ¿Qué dice Juan 17:3? Allí se habla de la “vida eterna” no como una asignación post mortem sino como una relación con el padre y el hijo aquí y ahora. No tenemos que morir para tener vida eterna, la tenemos ya por haber creído en Jesús como hijo de Dios. No estoy despojando la relación con Dios de su dimensión trascendente sino más bien afirmándola desde esta existencia, además, así respetamos el texto como “palabra de Dios” diciendo lo que este dice. El rostro de mi auditorio se notaba intranquilo, inquieto y hasta incómodo. Ahora, dije, si la vida eterna es una experiencia “aquí y ahora”, la “perdición”, que en el texto está en paralelo con “la vida eterna”, debe entonces ser una experiencia “aquí y ahora” también. O sea, siendo más claro, “perderse” en Juan 3:16 no es irse al infierno sino vivir cerrado al amor de Dios en Cristo.  Perder la vida es no dejarse amar por aquel que muere en la cruz.
            Esta fue la forma en la que intencionalmente toqué para mi auditorio, los evangelistas, cuatros temas coyunturales de sus predicaciones y reflexiones. Adrede puse en la mesa el tema del escenario ministerial, el cielo, la vida eterna y el infierno. Estoy seguro de que muchos de nosotros (predicadores, pastores, evangelistas) ya damos por sentado de entrada lo que este o aquel texto Bíblico dice sin revisar lo que ya creemos que dice. Nos acercamos a la Biblia creyendo que ya sabemos todo de ella como aquel maestro que de noche se acercó a Jesús,  no con la intención de aprender y ser transformado sino con el propósito de darle una información, de entregarle un veredicto académico: “sabemos”. Aquí en el tratamiento de este tema, como en la lectura general de la Biblia nos pasa lo del chiste “el asesino es el mayordomo”: se dice que una fila de espectadores esperaba su turno para entrar a ver una película de misterio cuando, saliendo de la sala, un aguafiestas expone en voz alta “¡el asesino es el mayordomo!”. Por ello, la lectura de la Biblia y la reflexión teológica han sido despojadas de todo misterio, intriga y asombro pues ya sabemos de antemano con lo que nos encontraremos. En estos días por ejemplo, muchos cristianos están alarmados por que Bill Condon, director de Disney, dijo que su deseo “era arrancar las páginas de la Biblia”. Sin embargo, no tenemos la misma preocupación con decenas de predicadores que tuercen la Escritura a su acomodo para que ella diga lo que ellos quieren que diga; así la Palabra deja de ser “Palabra de Dios” para convertirse en “palabra nuestra”. Los predicadores debemos entender que nuestro acercamiento a la Biblia no es en primer lugar para sacar un sermón para otros, sino para ser transformados nosotros. Fin.

lunes, 6 de marzo de 2017

Nota pastoral (1)

Nota pastoral (1)
Reflexión sobre la Vida en el Espíritu en la ICFCI
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero172
La vida Cristiana es a todas luces vida en el Espíritu (Rm 8:1-4). El Espíritu viene como don de Dios, viene a empoderar a la Iglesia para que esta lleve a cabo la misión (Hech1:8): ser testigos de él ante las naciones. En este sentido, la misión, es decir, todo lo que la iglesia hace es imposible hacerlo sin el poder y la experiencia del Espíritu. Jesús resucitado le dice a sus discípulos: “no se muevan de Jerusalén hasta que hayan recibido la promesa” (Hech 1:5 Cp. Jl 2:18; Ez 36:25-27), se refería a aquí al Espíritu. Así, cualquier movimiento sin el Espíritu resulta infructífero, tedioso y rutinario. El llamado es a moverse por la fuerza del Espíritu y no por otras fuerzas. Por ejemplo, en nuestros tiempos nos vemos tentados a movernos por la fuerza del mercadeo, la fuerza del éxito, la fuerza del profesionalismo, la fuerza de la personalidad, la fuerza de las finanzas, entre otras.  La Iglesia ha entendido, en la historia, el mover y la experiencia del Espíritu de distintas formas y maneras. Así por ejemplo, escuchamos nominaciones tales como: cesacionistas, pentecostales, carismáticos. Cada una de estas tiene que ver con la apreciación y la experiencia del Espíritu en la  vida de la Iglesia. Obviamente con la mediación de la reflexión teológica. Nuestra comunidad, la Iglesia Centro Familiar Cristiano Internacional (ICFCI-AIEC), se ubica en la categoría de “pentecostal moderado”, creemos en la acción del Espíritu así como lo experimentó la iglesia del primer siglo. La AIEC, denominación a la que pertenecemos, ha sido enriquecida con un fuerte mover del Espíritu en su historia y en sus comunidades; nosotros no somos ajenos a esa realidad y experiencia. Obviamente, la experiencia del Espíritu siempre ha estado sujeta a la perversión y a la corrupción. Es ampliamente sabida la lucha del apóstol Pablo en la Iglesia de Corinto por corregir errores y excesos tocantes a la experiencia del Espíritu (1 Cor12-14). Una gran lección de la experiencia paulina es que la solución para lo que se está haciendo mal no es dejar de hacerlo, sino elaborar propuesta para hacerlo bien.
            Frente a lo anterior, los excesos y desmanes,  algunos sectores de la iglesia en América Latina han sucumbido frente a un falso dilema: por un lado están las iglesias que se precian de ser “Iglesias de la Palabra”, en el otro extremo están las iglesias que se valoran a sí mismas como “Iglesias del Espíritu”. Creemos que estos dilemas no hacen juicio al sentir Bíblico, la Biblia siempre presenta al Espíritu unido a la Palabra y viceversa. El apóstol Pablo mismo declara que “la Palabra es la Espada del Espíritu” (Ef 6:18). La ICFCI ha decidido renunciar al falso dilema y acoger la declaración que la Biblia hace y que reafirmó CLADE IV: “una espiritualidad más teológica y una teología más espiritual”. La Palabra sin el Espíritu resulta impotente y el Espíritu sin la Palabra carece de dirección. En estos años Dios nos ha enseñado que su Palabra es el horizonte mayor de significado, ahora, sin descuidar lo ya enseñado, Dios nos está invitando a vivir una espiritualidad más ferviente, a experimentar su presencia a través de un fuerte mover de su Espíritu en medio de nosotros. La realidades sociales que vive Cartagena, la desintegración de la familia y la sustitución de los valores tradicionales por una ética emergente y liquida, requieren de una iglesia que viva en el Espíritu, una Iglesia que experimente el poder del Espíritu y que sea agente de trasformación en el día a día. La misión (AIEC) viene trabajando este concepto bajo la categoría de “avivamiento integral”[1]: un mover del Espíritu que involucra todas las dimensiones de la vida.
            Frente a todo lo anterior, el ministerio de la Palabra se ha propuesto como agenda de reflexión, predicación y experiencia este año, el lema “viviendo en el Espíritu” (Gal 5:16). El propósito es que la Iglesia asuma la vida en el Espíritu como contrapropuesta a la vida en la  carne, que la Iglesia asuma la vida en el Espíritu como aplicación del evangelio de Cristo en el día a día. Que en nuestros cultos y celebraciones podamos dejar que el “Espíritu de libertad” nos haga libres: sanando, rescatando, exhortando y trasformando vidas. Para esto, hemos dicho, será necesaria la antesala del quebrantamiento porque, no habrá avivamiento sin quebrantamiento. El texto base a trabajar será la carta a Los Gálatas y textos relativos a la experiencia del Espíritu. Hemos decidido evitar la categoría “doctrina del Espíritu”, esto suena esquemático y frío (según las categorías de la teología sistemática de los siglos XIX y XX), hablaremos de la experiencia y narrativas del Espíritu. La vida en el Espíritu entonces es el gran imperativo cristiano para una iglesia que quiere testificar de Cristo, que quiere vivir en santidad y que quiere vivir el evangelio con todas sus implicaciones. Por ello para este año el Señor ha dicho: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gal 5:16). La vida en el Espíritu no es una invitación a huir de la realidad o a negarla, es más bien el desafío de Dios para que como hijos suyos asumamos la realidad con su poder y llegar a transformarla, sembrando esperanza y aliento. El Espíritu jamás vendrá para patrocinar el divorcio entre vida espiritual y vida secular, viene para que integremos nuestras experiencias de vida y vivamos la vida de Dios con todas sus implicaciones. ¡Que Dios nos ayude y nos visite con su poder!


[1] Estatuto y reglamento de la Denominación Eclesiástica Iglesias Evangélicas del Caribe (AIEC), p. 15.  

jueves, 2 de marzo de 2017

Los desadaptados

Los desadaptados
Apuntes de un culto peligroso (1)
Rm 12:1-2
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero171
La palabra “culto” comparte con su compañera “cultura” la misma raíz. Usamos la categoría “cultura” para referirnos, en términos generales, a la forma en la que un grupo humano particular muestra o evidencia lo que cree y piensa[1]. Así mismo “culto” es la forma que toma la creencia en Dios en el día a día del pueblo que lo adora. También, culto, en contraste con lo “oculto”, es la experiencia de Dios celebrada en todos y cada uno de los aspectos de la vida; en lo privado y en lo público. Como lo expresó Mardones: “… porque una fe reducida a la interioridad o a la mera religiosidad no es verdaderamente una fe cristiana”[2]. En el texto de Romanos 12:1-2 el apóstol Pablo habla del culto afirmando de este, al menos, tres asuntos así: 1). El fundamento del culto: “las misericordias de Dios”. Aquí recoge el apóstol todo el argumento que había traído en los once capítulos anteriores. La frase “las misericordias de Dios” es un superlativo, una forma hebrea de expresarse, por ejemplo: para decir “la canción más sublime, se dice “El cantar de los cantares”, para decir “santísimo” se dice “santo, santo, santo”. No es que haya varias misericordias sino que Dios ha mostrado su misericordia de manera suprema y sublime. Dios no opta por la lógica de la venganza y la memoria del rencor, el odio o la destrucción; sino que elige amar y ser misericordioso (Rm 5:8,10). De esta manera, el fundamentando el culto es la misericordia de Dios, se afirma que el culto siempre es respuesta humana a la misericordia divina. El culto será siempre “acto segundo”.  
            2). El instrumento del culto: el cuerpo. En contraste con algunas formas de “espiritualización” el cuerpo es escenario de encuentro: con Dios y el otro. Nos previene contra la tentación de trasladar la experiencia de Dios al mundo de las ideas, de lo abstracto, lo indeterminado o de lo impreciso (espiritual), la experiencia de Dios se vuelve concreta, ubicada y especifica[3]. Se afirma, que el cuerpo debe ser presentado como “sacrificio vivo…, agradable”: usa el lenguaje cultual del levítico (Lv 1-7), sacrificio aquí es “entrega, donación, dadiva, ofrenda”, para nosotros “sacrificio” es privación, carencia, sufrimiento. Muchos son los cristianos que piensan que con la llegada de Cristo cesaron los sacrificios. Pero en realidad lo que cesa en el NT y con Cristo son los sacrificios de animales, pero son numerosos los textos del NT en donde el culto y la vida cristiana es leída en “clave de sacrificio” (Rom 12:2; Heb 4:12; 13:15-16; Efe 5:25; 2 Tim 4:6; 2 Ped 2:15). Así las cosas, el sacrificio de Cristo no es tanto el sacrificio final sino el sacrificio ejemplar: se presenta como modelo de lo que también debe acontecer o suceder en nosotros (Gal 2:20). Así las cosas, la iglesia tiene un papel sacerdotal pero también cada creyente en particular es una sacerdote. No solos el esposo es el sacerdote de la casa, como estamos acostumbrados a oír en los seminarios o charlas de pareja. En virtud de la obra de Cristo, contada en el NT, todos, hombres y mujeres, somos sacerdotes.
3. El propósito del culto: la trasformación de la mente para el discernimiento de la voluntad de Dios. . No se adapten: no dejes que el mundo (siglo) te meta en su esquema. Formas de pensar que condicionan la forma de vivir o andar.  “…pues como piensa dentro de sí, así es” (Prov 23:7).  El filósofo español, José Ortega y Gassett declaraba, en “La historia como sistema”, lo siguiente: “… De aquí que el hombre tenga que estar siempre en alguna creencia y que la estructura de su vida dependa primordialmente de las creencias en que esté y que los cambios más decisivos en la humanidad sean los cambios de creencias, la intensificación o debilitación de las creencias”. Para comprobar, poner a prueba, discernir; cambiar la orientación. El culto propende entonces por la renovación de la mente para orientar el andar según la voluntad de Dios, tiene carácter ético por el discernimiento. “Cambia tu forma de pensar para que cambie tu manera de vivir”.  El culto propende por el entendimiento de la “voluntad de Dios”, voluntad que nos orienta en la vida, que propone una agenda de acción poniendo en peligro nuestra egocéntrica “voluntad”.
El culto trae renovación de la mente para vivir la voluntad de Dios. En el culto quien cambia no es Dios sino nosotros. El culto tiene el propósito de cambiarnos, de reorientar la vida a partir de la “voluntad de Dios”. El culto integro propone una desadaptación a partir de la toma de conciencia de la manifestación de Dios en la historia para formar una comunidad diferente y alternativa ¿Qué tan desadaptados estamos?  Así lo confesaba el viejo himno: “Que mi vida entera esté, consagrada a Ti, Señor; que a mis manos pueda guiar, el impulso de tu amor”. Continuará.


[1] “La cultura provee el conjunto de significados y valores que permiten las relaciones de las personas en un contexto y en un tiempo histórico determinados…”. TUVILLA, José. Cultura de la paz: fundamentos y claves educativas. Desclee De Brouwer- Bilbao, 2004, p. 12.
[2] MARDONES, José María. Ser cristiano en la plaza pública. PPC-España, 2006, p. 134.
[3] El dualismo antropológico de origen griego se ha infiltrado en la iglesia. Se trata de un concepto en donde lo más importante del hombre es su alma, entendiendo por ello “la parte espiritual”, “los más elevado”, “lo inmortal”. Se supone que ni la muerte, ni el cuerpo, ni la sexualidad, interesan demasiado… son males necesarios, impedimentos para celebrar la fe. Esta forma de ver ha afectado la evangelización: “lo importante “es salvar las almas” y el culto mismo: lo importante es alimentar el espíritu y mortificar la carne o cuerpo.