A pies descalzos
Reflexión sobre la hospitalidad, el sufrimiento y la
liberación
Ex 3:2-3
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 159
Aviso a los lectores…
no hablaré de Shakira y sus “pies descalzos”. Hablaré de Moisés y sus “pies
descalzos”. Han pasado 40 años desde aquella vez, aquella mañana
resplandeciente en la que Moisés hizo eco de su espíritu rebelde, anti
imperialista y subversivo. Han pasado 40 años en los que ha llevado encima de
sus hombros el peso del fracaso, en los que no ha dejado de saborear el sabor
de la derrota y la desilusión. Basta llamar a unos de sus hijos para saberlo:
“Gerson” es el nombre del “extraño en tierra extraña”, el nombre de la
nostalgia, el nombre del pasado. Ahora es pastor o mejor dicho… copastor. Ya se
han ido los bríos de la juventud y la rebeldía que la acompaña, tal vez el
deseo de liberación para él y su pueblo ha quedado sepultado en la arena, como
el egipcio aquel. Las promesas de Dios se han vuelto quimeras y la monotonía y
el tedio que producen los sueños rotos le han ganado la batalla. El liberador está
preso: no son cadenas físicas, sino cadenas del alma, las ataduras del fracaso.
Y como siempre pasa: aunque el fracasado camine en el presente siempre da la
impresión de que los pasos no son hacia al frente sino hacia atrás, o hacia
ninguna parte. El fracaso sepulta en vida, para superarlo hay que reconocerlo,
elaborarlo y tratarlo. La vida estará siempre llena de perdidas, el problema es
que nosotros hemos sido educados para la victoria, para el triunfo y el éxito;
no para la perturbación y el fracaso.
El
punto de inflexión, de cambio, se da cuando el pastor Moisés sale a su
cotidianidad. Dios se le revela en lo casual y cotidiano. No hubo anuncios o
premoniciones. Moisés sale y en su labor se acerca con sus ovejas al monte Horeb,
referenciado aquí como el “monte de Dios”. El monte no solo es lugar geográfico
también es escenario teológico: lugar donde Dios se manifiesta. La curiosidad
mato al gato-dice el refrán; aquí, la curiosidad atrapo a Moisés. Una zarza que
arde, es un asunto normal en el desierto con sus altas temperaturas, pero… una
zarza que arde y no se consume, ¡no! Se trata de un fenómeno extraño, algo que
sale del marco, del libreto. “Al principio Moisés se resiste a dar crédito a lo
que ven sus ojos, pero cuando la voz de Dios lo llama en medio del fuego empieza
a comprender y es cautivado por Dios. Ver y comprender son presupuestos
fundamentales para un encuentro autentico y en profundidad con el Señor”[1]. Dios le da un mandato y se presenta. Le dice,
“te acuerdas, yo soy el Dios de la promesa... estoy aquí, no te he olvidado”.
Pero aquí, quisiera tocar tres asuntos relacionados con el acto de “quitarse el
calzado relacionado con la santidad” (Cp.
Jos 5:15). Primero. Este acto parece
ser propio de las normas de hospitalidad en oriente, aún hoy día. Si es así,
Dios le da la bienvenida a Moisés, le dice: “quítate el calzado, estas en casa,
descansa”. Así las cosas, la santidad es un espacio para morar, para habitar,
la santidad es una casa a donde se llega y en donde se vive. La santidad no es
una abstracción sino una habitación. Es el llamado de Dios al descanso, a
superar los fracasos, es la bienvenida del padre a casa. No es la santidad que
lo juzga, es la santidad que lo acoge.
Segundo.
La santidad está relacionada con el sufrimiento. La zarza que “arde y no se
consume” es el pueblo de Israel y sus sufrimientos por la esclavitud. Dios
dice: “he visto la aflicción de mi pueblo en Egipto…”. El sufrimiento es “lugar
o terreno sagrado”, más aún, el sufrimiento es habitado por Dios. Su santidad
está relacionada con su actitud hacia el dolor[2]. El
sufrimiento propio y ajeno es “sagrado”
en tanto que merece nuestra atención y el respeto. Merece que hagamos “altos en
el camino”, que nos “quitemos el calzado” y que le prestemos toda la atención,
no para subliminarlo sino para superarlo. Como el samaritano aquel que vio al
herido y “no paso de largo”. Debemos considerar el dolor, hacer los pares
necesarios y promover alternativas de liberación para el que sufre. El Dios del
éxodo, Yahvé, se revela en acciones concretas de liberación. Podíamos decir que
es un Dios práctico. No es el Dios de los filósofos: un ser absoluto, poderoso,
eterno, omnicomprensivo, infinito, espíritu puro. ¡No! Cuando Faraón pregunta
“¿Quién es Dios para que yo deje ir a Israel…?”, Moisés no responde: “a propósito de su
pregunta, esta noche se estarán dictando una serie de conferencias en el teatro
egipcio sobre “la omnipotencia de Dios”. La manifestación de Dios es
demostración de su presencia liberadora. La cruz es nuestro mayor desafío. El crucificado
no murió para evitarnos la cruz sino para proponernos un modelo, para marcarnos
un camino, para darnos un patrón (1 Jn 3:16).
Tercero.
La santidad está relacionada en el texto con la “vocación” y la reorientación
de la vida. La santidad no es un lugar para el estancamiento, no patrocina el
conformismo; confronta con los “paras”, los propósitos de la vida. La santidad
restaura a los prisioneros para que liberen a otros prisioneros. ¡Libres para
liberar! La santidad no es excusa para la acción sino su condición necesaria. Así
las cosas… “quítese los zapatos, porque está en tierra santa”. Fin.
[1] GARCIA LÓPEZ, Félix. Comentarios a la Biblia de Jerusalén: Éxodo.
Desclee De Brouwer-España. 2007, p. 42.
[2] “Ahora, el Dios del éxodo no se
revela como alguien que desea el dolor para después eliminarlo de la escena,
sino como alguien que está preocupado por la vida y la felicidad pueblo de
Israel”. GOMES, Paulo Roberto. El Dios
im-potente: el sufrimiento y el mal en confrontación con la cruz. San
Pablo-Bogotá, 2014, p. 32.