miércoles, 26 de febrero de 2014

Yo me llamo… Lea (II)

Yo me llamo… Lea (II)
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 84
Retomemos mi historia. Al parecer mi papá resultó ser más astuto que Jacob, pues como les dije, la noche de bodas no le entrega a mi hermana sino a mí, tal vez aprovechándose del efecto del vino. Pero recuerden que años antes también el mismo Jacob es quien se aprovecha de la ceguera de su padre Isaac[1].  Y… quien sabe si este evento le recordó la escena en la que le roba la primogenitura a su hermano Esaú suplantándolo. Tiempo después me confesó, y esto es primera vez que se dice, que se sintió burlado, pues se dio cuenta de que esa era la costumbre y de que él no podía saltarse las normas, como había hecho hasta ese momento. Es más, algunos viejos de la comarca, invitados a la fiesta, ya decían entre los pasillos: “¡y este muchachito impetuoso quien se cree para venir aquí y saltarse las reglas!”. Me da mucha risa al enterarme ahora de lo que el Midrash[2] Rabá comenta de “la gran estafa” de mi papá y de mi supuesta actitud, abro comillas: “Jacob le dijo a Lea: “¡Tramposa hija de tramposo, por la noche te llamé con el nombre de Raquel y tú me respondiste!, a lo que Lea respondió: "¿Y tu padre no te llamó con el nombre de Esaú y también le respondiste?”. Si esto hubiese sido cierto sería una gran lección para Jacob… ¿no creen? Bueno, al menos no me repudió.
            Hay algo que no les he dicho y es respecto al significado de mi nombre: Lea significa en hebreo; cansada o también cansar. Y la verdad es que en mi, las dos acepciones de la raíz hebrea de donde proviene mi nombre se dieron; es decir, algunas veces me sentí cansada y no es para menos; pero algunas veces, lo reconozco, me volví cansona. Quisiera hacer aquí un paréntesis para proponer una aclaración con esto del significado de los nombres, porque, según he escuchado, hoy se ha vuelto una práctica común el poner nombres por el significado, atribuyéndole al nombre mismo un poder, como si este fuera un amuleto para la buena suerte y entrando al terreno de lo mágico y el fetiche. Por ejemplo, hay madres que le ponen por nombre “José” a sus hijos esperando, legítimamente, que ellos reflejen el carácter del personaje Bíblico con todas sus hazañas y su compromiso con Dios y su Palabra. Sin embargo, sabemos que el carácter no depende tanto del nombre que tengas, sino de los factores genéticos, sociales y familiares que van condicionando al individuo. Así, cuando la Biblia usa el nombre Jacob, que significa engañador o usurpador, en este caso el nombre no condiciona al personaje sino que describe lo que él era. Es decir, él no era engañador porque se llamaba Jacob, él se llamaba Jacob porque era engañador. A Jabes, por ejemplo, que significa dolor, no se le cambia el nombre, él, en oración pide que sus circunstancias cambien y Dios le permita surgir como individuo, a pesar del nombre[3]. En pocas palabras el nombre refleja algunas condiciones sociales, personales y culturales de una época, pero no determina el carácter, el individuo tendrá que tomar decisiones para bien o mal. Espero haber sido clara al respecto.
            Bueno, para sobrellevar un poco el desprecio y mi cansada vida, el Señor me permitió tener hijos; y es que en nuestra cultura el tener hijos era visto como muestra del favor divino y daba a la mujer un sentido de valía y realización. La maternidad era un asunto altamente valorado. Tengo entendido que hoy la maternidad no es una virtud  sino una afrenta social y personal. A mi primer hijo le puse por nombre Rubén que en nuestra lengua significa “vean al hijo”, esperaba que a partir de aquí mi esposo me diera cariño por el hecho de haberle dado un hijo, pero… no pasó nada; di a luz tres hijos más: Simeón (oír), Leví (ligar) y Judá (alabar). Sus nombres recordaban mis frustraciones, bendiciones y desencantos. Mi hermana se puso furiosa pues ella no había podido quedar embarazada y le reclamo a Jacob por ese hecho. Las rivalidades y competencias entre nosotras eran evidentes, entonces; según la costumbre de ese tiempo mi hermana entrego a su sierva para que Jacob durmiera con ella y quedara embarazada, al nacer el niño, en las rodillas de Raquel, lo que lo convertía en su hijo (era como una especie de adopción). Mi hermana tuvo por su sierva a Dan y a Neftalí. Yo no me quería quedar atrás y le entregue también a mi sierva y ella dio a luz a Gad y Aser.
            Las tensiones seguían y se pronunciaron más un día, lo recuerdo como si fuese hoy,  que mi hijo Rubén fue al campo y me trajo una fruta llamada “mandrágora”, esta fruta era conocida por sus propiedades afrodisíacas. Mi hermana me pidió y yo, reconozco que fui fuerte, le dije que ella era una descarada pues ya me había quitado mi marido y ahora pretendía quitarme también las frutas. El hecho es que negociamos: yo le di mandrágoras y ella me presto a mi marido, así fue como di a luz a Isacar y a Zabulón. Toda una odisea. Con Zabulon llegue a la conclusión de que ahora Jacob si me honraría, pues seis hijos son seis. Y, cómo olvidar a mi pequeña, a Dina… ella… mi pequeña… este… fue brutalmente violada… perdón, no puedo seguir…debo tomar aire… esto es demasiado fuerte. Luego continúo…


[1] Génesis 27.
[2] Recordando lo que es un midrash: en la tradición hebrea hay algo que se le conoce como Midrash, son enseñanzas que se basan en hacer una exégesis hebrea (entendimiento del momento preciso del suceso con todas sus implicaciones) de los relatos Bíblicos dirigidos al estudio e investigación que facilite la comprensión de las Escrituras, tomando elementos actuales para ejemplificar de modo comprensible sucesos antiguos, pero es importante entender que no necesariamente deben ser verdad, por eso no aseveraremos que así haya sido, solo los contemplaremos para tener un poco mas de idea de lo que pudo haber pasado.)
[3] 1 Cron 4:9-10.

lunes, 17 de febrero de 2014

Yo me llamo… Lea (I)

Yo me llamo… Lea (I)
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 83
Hola amigos, yo me llamo Lea[1]. He hecho un viaje del pasado, del mundo Bíblico; al presente, al mundo de ustedes, para hablarles un poco de mí. Espero poder comunicarme bien y que las distancias culturales, lingüísticas, sociales y religiosas puedan ser acortadas en aras un mensaje claro y concreto. Nací en el seno de una familia semita hace, según la cronología Bíblica, cerca de 5.000 años, en medio de una sociedad patriarcal; un mundo determinado y construido por el hombre y para el hombre. En esta sociedad las mujeres pocas veces nos destacábamos, nuestro foco de acción se supeditaba a las actividades domésticas y pastoriles. Todo esto concordaba con un chiste machista que he escuchado entre ustedes hoy que dice que “la mujer debe estar en su lugar; en la cocina”.  En una cultura como la mía, las mujeres éramos la mayor parte de veces solo un objeto que se convertía en transacción comercial. Aunque, pensándolo bien, eso de que la mujer es “solo objeto” es muy común hoy también, solo ha cambiado la forma. Por ejemplo, la mujer que se cree muy libre y sale a la calle ligerita de ropas  y es admirada por los hombres, no sabe que ya es objeto de una cultura erotizada y machista; no sabe que se expone a que la vean como un objeto en la vitrina de cualquier almacén y que está a la venta.
            Bueno. Mi primera aparición en la Biblia Judía, es decir, lo que muchos hoy llaman Antiguo Testamento, se da en el marco de una transacción comercial. Aún recuerdo la llagada de ese joven a la casa llamado Jacob, mi papa, Labán, lo recibió con alegría por ser hijo de Rebeca su hermana. Jacob y yo éramos primos. Al principio no dije nada al respecto, me uní a la celebración, pero algo dentro de mi decía que ese tal Jacob tenía su guardado, y es que, a  juzgar por el nombre que tenía, el usurpador, no se me podía ocurrir nada más sino pensar en lo peor. El tal Jacob se enamoró de mi hermana Raquel, eso fue amor a primera vista. El empezó a trabajar en mi casa, mi papá, como dicen ustedes, “le dio la mano”, y a cambio de salario Jacob le pidió en matrimonio a Raquel mi hermana menor. Culturalmente estaba establecido que la primera en casarse sería la mayor y así sucesivamente hasta llegar a la última. Y aquí empieza mi drama, en el seno de mi familia, en mi casa. Un experto Biblista ha dicho que mi historia se puede leer en paralelo con otras historias que, en el Antiguo Testamento, hablan de conflictos o tensiones entre mujeres[2]. Yendo en contravía con lo cultural pero haciéndole caso al corazón, Jacob decide trabajar siete años a cambio de mi hermana Raquel. Ese día me sentí tan despreciada, tan falta de amor y cariño; intente frustrarme. Pero bueno, pensé en mis adentros, otro día será.
            Podía contemplar a mi primo trabajar de sol a sol a cambio de mi hermana, siete años, 24 horas al día, siete días a la semana; me llenó de gozo el hecho de que, por lo menos, el amor que sentía era genuino y sincero; entonces pasé de la frustración al regocijo por lo que estaba aconteciendo a favor de mi hermana. Llegó el tan esperado día: hubo fiesta, vino, despedidas, lágrimas, abrazos y acciones de gracias a Dios por la boda. Pero, como todo tramposo encuentra su tapa, Jacob encontró la suya. Esa noche mí papá debía entregar a mi hermana en la habitación nupcial, sin embargo no lo hizo, sino que a cambio de ella, me entrego a mí. Como les dije al principio, este acto obedecía a normas patriarcales y culturales. Algunos hoy dicen coloquialmente que mi papá fue un mal músico, porque le pidieron LA menor y dio LA mayor. Esa noche la disfruté, no puedo negarlo, además, por lo menos físicamente, el tipo me caía bien. Pero al amanecer, el idilio acabó; Jacob al verme el rostro se sintió engañado y le reclamó a mi papá por haberle hecho semejante trampa. Es decir el engañador se sintió engañado. Jacob, no había leído cultura general, descuidó el detalle cultural que decía que jamás se casaba primero la menor antes que la mayor. El hecho es que ya casada con Jacob, me tocó contemplar como él trabajaba siete años más por obtener a mi hermana, esto es posible pues estábamos en una cultura en donde la poligamia era “permitida”. Pero esto añadió más tensiones y conflictos a mi vida. Imagínense no más como me dolió la actitud de Jacob y que registra el autor del Génesis cuando dice: “Jacob se unió a Raquel y la amó más que a Lea”. Eso fue como un puñal en mi corazón y sentido de valía, sentí que entraba en una competencia que perdería.
            Ahora, yo les pregunto, ¿se han sentido despreciados alguna vez?, ¿han vivido la experiencia de competir por el amor de alguien frente a otro u otra?, Yo lo viví en carne propia. Pensemos un momento en ciertas realidades que he estado mirando en mi viaje por el presente. Pensemos en esas decenas de mujeres que esperan a sus esposos hasta tarde de la noche y estos nunca llegan, o tal vez al amanecer, porque estaban en donde otra mujer, o en donde lo que ustedes llaman “la sucursal” o la “querida”. Corazones rotos mendigando amor. Y es que, no nos digamos mentiras, ustedes están inmersos en una cultura machista en donde el hombre que tiene dos o tres mujeres es aplaudido, mientras quien se dedica al amor y a la conquista de una, es un estúpido. Recuerdo las palabras del cantante Ricardo Arjona, que en una de sus canciones dice: “hombre no es el que tiene tres mujeres y vida de tormenta, hombre es el que tiene una y la mantiene contenta. Les confieso… mis noches eran largas y tediosas al saber que mi esposo estaba durmiendo con mi hermana. Continuara... 


[1] La historia Bíblica aparece en Génesis en el  marco del ciclo de Jacob (27-36). Algunas traducciones optan por Lía en vez de Lea.
[2] MORLA ASENCIO, Víctor, Salmos y Escritos. Verbo Divino-Estella (Navarra), 1999, p 233.

lunes, 10 de febrero de 2014

El poder del Espíritu Santo, ¿Qué significa hoy?

El poder del Espíritu Santo, ¿Qué significa hoy?
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 82
El discurso y la experiencia del Espíritu Santo siempre han generado y generarán inquietudes. En el registro bíblico, por ejemplo, se encuentra el celo de Josué y el deseo de Moisés. Josué intenta impedir y “monopolizar” el don del Espíritu frente a la experiencia de otros distintos a Moisés, este último le dice que no lo haga pues la idea es que todos gusten de esa experiencia y profeticen (Nm 11:29). Cuando Jesús habla de la experiencia directa del Espíritu sobre él, la gente intenta apedrearlo (Lc 4:28,29). La llegada del Espíritu en pentecostés genera también confusión y alboroto: unos están maravillados y otros atribuyen al vino la obra del Espíritu (Hch 2:12,13), y ni hablar de las correcciones que el mismo apóstol Pablo hace a la iglesia en Corinto en cuanto a los dones y experiencia del Espíritu (1 Co 12-14). La historia del dogma también arroja sus aportes: de Constantinopla a nuestros días la cuestión del Espíritu ha sido objeto de contrariedades[1]. A pesar de todo, lo que sí es seguro es que la obra del Espíritu en las Escrituras comienza con la creación y termina con la recreación y un deseo: el Espíritu se une al coro de la Iglesia que clama por la venida del Mesías (Gn 1:2; Cp. Ap 22:17). El Espíritu, el discurso sobre él y la experiencia en la vida del creyente, son, entonces, una realidad ineludible. Pero, ¿qué significa esto para América Latina? Se tratará de dar una respuesta a la luz de Hechos capítulos 1 y 2[2].
            En el encuentro que los discípulos tienen con Jesús resucitado, justo antes de su ascensión en el Monte de los Olivos, surge un choque de expectativas. Los discípulos vinculan el recibimiento del Espíritu Santo y la promesa del Padre, de la que les había hablado Jesús, con la restauración de Israel (Hch 1:5-7). La relación que hacen, dada la condición política de Israel y las promesas del AT sobre el Espíritu, es apenas obvia; es decir, las circunstancias teológicas y sociopolíticas dominan por completo la interpretación del asunto. El Señor les orienta a pensar diferente, pues mientras ellos piensan en Israel, Dios está pensando en “toda la tierra”. Así, la restauración de Israel no es tanto un asunto político sino misiológico. De esta manera el poder del Espíritu Santo hará posible una vieja tarea dada a Israel: ser testigo de Dios frente a las naciones (Cp. Gn 12:1-3; Is 40:10). La visión reducida de los discípulos parece ir abriéndose. En su segundo sermón, Pedro habla de la “restauración de todas las cosas”, en contraste con la “restauración de Israel” (Hch 3:20).
            Hechos 2 inicia poniendo la venida del Espíritu Santo en un marco temporal e histórico claro: la fiesta de Pentecostés (Hech 2:1), una de las tres fiestas en donde los judíos renovaban su compromiso con Dios como pueblo del pacto (Dt 16:16). Es posible que el mensaje sea que  esta es la primera cosecha del reino de Dios. Hay un segundo marco donde se ubica la llegada del Espíritu, y es el marco escritural: el apóstol Pedro explica la experiencia a la luz de lo que Joel había dicho (Hech 2:14-21 Cp. Jl 2:28). Con la llegada del Mesías ha iniciado una nueva era donde el Espíritu se ha “democratizado”, pues es dado a todos sin distinción de edad (“ancianos y jóvenes”), de clase social (“siervos y siervas”), de género (“hijos e hijas”), o de nacionalidad (“toda carne”). El Espíritu deja de ser privilegio de pocos para convertirse en bendición de muchos. Pero hay un tercer marco: el cristológico: el Espíritu es dado por Cristo para que sus receptores sean ahora testigos no del Espíritu, sino del mismo Mesías (Hech 2:22-36). El sermón de Pedro y lo que Jesús ya había dicho confirman esto. El tema del mensaje es Jesús; el Espíritu da el poder para hablar de Cristo. Veamos ahora un cuarto marco: el existencial y evangelístico. Este trata de responder la pregunta del que escucha ¿Qué tiene que ver este mensaje conmigo? Quien escucha este mensaje debe tomar la decisión de arrepentirse, de volverse a Dios en actos concretos (Hech 2:37-40). El apóstol Pedro vincula la experiencia de Pentecostés con el llamado al arrepentimiento y al bautismo “en el nombre de Jesucristo”, y con la promesa del perdón de pecados y del don del Espíritu Santo. Toda persona que responde al llamado recibe la promesa.
Y, el quinto marco: el eclesiológico y práctico. Así, la venida del Espíritu tiene consecuencias prácticas: la evangelización, la enseñanza, la comunión, y la celebración (Hech 2:41-47). La palabra es la que da existencia a la iglesia. Notemos como la conversión en el marco general de la venida del Espíritu Santo cambia hasta la apreciación hacia las posesiones materiales. Quien escucha este mensaje debe tomar la decisión de arrepentirse, de volverse a Dios en actos concretos. Así, la venida del Espíritu tiene consecuencias prácticas: la evangelización, la enseñanza, la comunión, y la celebración.
            Ahora, en América Latina la experiencia del Espíritu ha traído a la Iglesia la posibilidad de un Dios más cercano, más experimentable. Sin embargo, a menudo esta experiencia ha estado alejada del marco escritural y cristológico, que se evidencia en los desmanes que se presentan en algunos sectores de la iglesia. Todavía, por ejemplo, hay un énfasis muy marcado en el hablar en lenguas, sobre todo en el pentecostalismo, dejando de lado otras dimensiones del obrar del Espíritu. El relato de la venida del Espíritu, en Hechos 2, incluye otros elementos distintos al hablar en lenguas, por ejemplo: “comienza con la experiencia de fenómenos extraordinarios (2:1-13; bien pentecostal, digamos), sigue con un sermón expositivo cuyo tema central es el señorío de Cristo (2:14-41, al estilo  de Spurgeon o de los mejores predicadores presbiterianos) y termina con una nueva comunidad de fe y praxis (2:42-47) ¡con sabor menonita!”[3].
            Por otro lado, la presencia del Espíritu en la comunidad eclesial y en un individuo en particular a menudo se ha reducido a una serie de ademanes que promueven un dualismo entre lo “material” y lo “espiritual”. No obstante, el recibimiento del Espíritu convoca tanto a pentecostales como a los que no lo son a no separar la “experiencia del bautismo del Espíritu de la exposición Bíblica, de una preocupación por las necesidades humanas, del compañerismo, de la unidad en la misión y de la transformación social”[4], donde todas las dimensiones humanas sean igualmente importantes porque el Espíritu vino a liberarnos de manera integral (Lc 4:16-21). Finalmente, pentecostés muestra una huerta experimental de Dios donde anticipadamente se cultivan, muchas veces con sudor y lágrimas, los primeros frutos de la gran cosecha del reino de Dios[5]. (Cp. Ex 34:22, 23; 2 Cr 8:12,13; 1 R 9:25). Pentecostés se cumplió pero no se agotó por esto la señal genuina de una iglesia que obra bajo el poder del Espíritu Santo es su mensaje, su cristología. El Espíritu vino para empoderarnos y que pudiéramos así ser testigos de Cristo; es decir, la iglesia realiza su misión bajo el impulso neumatológico, pero su mensaje es cristológico. Fin

[1] Ver un resumen de la cuestión del Espíritu en los primeros concilios y credos de la Iglesia en, DE PALMA, Antony, El Espíritu Santo: una perspectiva pentecostal. Vida-Miami, 2005, p 28.
[2]   Sugiero la estructura de inclusión para estos dos capítulos:
A.  La promesa del Espíritu anunciada, 1:1-14.
         B. La promesa del Espíritu esperada, 1:15-26.
A’. La promesa del Espíritu cumplida, 2:1-47.
[3] STAM, Juan, Evangelio, cultura y pluralismo religioso; en Boletín Teológico, año 29, No 67 (Julio- Septiembre 1997) p 7-27.
[4] LOPEZ, Darío, Pentecostalismo y Misión integral: teología del Espíritu, teología de vida. Puma-Lima, 2008, p 52.
[5] PADILLA, Rene, Discipulado y Misión: compromiso con el reino de Dios. Kairos-Buenos Aires, 1997, p 85.

lunes, 3 de febrero de 2014

Del amor y el demonio

Del amor y el demonio
Sant 4:1-10
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 81
La presente reflexión no tiene como objetivo competir con el nobel García Márquez y su obra  “Del amor y otros demonios”; título inspirado en uno de los diálogos de Platón.  Esta meditación tiene como propósito mirar la relación que tiene el amor de Dios y el demonio (diablo) en los conflictos que experimentaba la comunidad a la que Santiago le escribe. El apóstol, usando la retórica de la pregunta, les revela que el origen de los conflictos yace en la codicia y, de esta manera acaba con la proyección que ellos estaban haciendo en Dios o el diablo mismo (vv.1-3). De hecho, ya al autor había afirmado que el origen del mal no estaba en Dios sino en el hombre y sus posibilidades (1:14). La codicia entendida como un deseo excesivo de dinero, poder o riquezas, era entonces el factor generador de los conflictos entre ellos. Y es que, el codicioso, al mirar al otro y a lo otro como una posible conquista y no como posibilidad para servir, hace imposible la vida en comunidad; como lo expresó Emmanuel Levinas “esa horrible tendencia de dominar al otro”. En Colombia, por ejemplo, la codicia de la tierra y del poder político nos ha sumido a 50 años de conflicto. Ahora, la codicia no solo hace imposible la relación con el otro, sino que pervierte la espiritualidad; Santiago dice que ellos están orando mal; la codicia domina y motiva sus oraciones. Están disfrazando de piedad sus codiciosas ambiciones y deseos. La codicia rompe la relación con el otro: lo ve como mercancía; y rompe la relación con Dios: lo ve como medio para alcanzar fines egoístas y pervertidos.
            A la actitud codiciosa Santiago la califica como “amistad con el mundo”. La comunidad se ha prostituido (ha adulterado), ha desechado el amor de Dios y ha sucumbido ante las caricias del mundo (vv. 4-5). Al vivir de acuerdo a los patrones mundanos ha comprometido su fe y le ha dado la espalda a su verdadero amante; a Dios. Le ha dicho “adiós” a Dios. Frente al adulterio cometido, Dios no se queda quieto, está preocupado frente al acto de infidelidad; intenta seducir de nuevo, habla, convida, reclama, sufre, enamora. Está celoso. El reclamo frente a la prostitución de su pueblo está fundado en el amor o el celo que Dios siente por ellos. El AT presenta a Dios como un dios celoso, este celo no es un defecto psicológico o una falla ética; es exigencia honesta de quien se entrega y quiere que su pueblo le sea fiel. La fidelidad es la respuesta lógica y adulta. El que es fiel exige fidelidad. Éxodo 20:5 por ejemplo, afirma: “5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy El Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen…”. Así, Santiago les está diciendo: “¡no se dan cuenta que Dios les ama!”, “¡no se han dado cuenta que los quiere solo para él tal como lo expresa la Escritura”!
            La codicia los ha alejado de Dios, los ha llevado lejos de casa, los ha exiliado; la única forma de regresar es convirtiéndose (vv.7-10). Pero con el llamado a la conversión (sometimiento), a dejarse amar; está consigo el llamado a resistir al demonio (al diablo). Y es que amar es decidir, es decir “si” al amante y “no” a los demás que compiten por el amor. El demonio, que atiza al mundo, compite por el amor de la Iglesia; frente a esto, Santiago dice “¡resistan!”. Ahora, porqué se introduce el tema del demonio (diablo) aquí, cuál es la relación con el tema tratado. Al parecer la codicia está relacionada con la tentación y la caída. Santiago sabe que la caída se gestó en la codicia, el diablo estuvo allí (Gen 3:1-7); Santiago sabe de la tentación de Jesús: la codicia del poder (Mt 4:1-11), el diablo estuvo allí. La codicia de la comunidad era una orientación diabólica y la propuesta de Santiago es: hagan lo que Dios hace con los orgullosos; ¡resístanlo!, hagan lo que Jesús hizo; ¡resístanlo!, no hagan como Adán; ¡resístanlo! El diablo no es invencible. Una vida orientada hacia el deseo y la codicia, hacia el derroche y el placer, es muestra de que la resistencia no se ha llevado acabo. La propuesta de Santiago no es reprender sino resistir (plantársele en contra) cambiando la orientación de la codicia hacia el Dios proveedor. Podemos ver actitudes diabólicas en la filosofía de mercado que dice: gasta, consume, codicia, desea; mientras la espiritualidad cristiana dice: adora, sirve, ten contentamiento.
            La invitación al sometimiento, interrumpida por el llamado a resistir al diablo, se amplía ahora usando lenguaje ritual: “límpiense las manos” (negociosos sucios tal vez), “purifiquen sus corazones” (deseos egoístas). El llamado al arrepentimiento es total y afecta acciones e intenciones. Se acentúa en tono profético del AT en contextos de arrepentimiento y conversión: “aflíjanse, laméntense, lloren” (Is 15:2; Jer 4:13; Os 10:5; Jl 1:9-10; Miq 2:4). El arrepentimiento y la conversión serán un proceso doloroso: implica rupturas con el mundo diabólico. Para esto llama a hacer una inversión en los estados de ánimo: de la risa al llanto y del gozo a la tristeza. Teresa de la cruz dijo: “el vino a consolar a los enlutados y a enlutar a los consolados”. Y, después de la humillación vendrá la exaltación (v. 10). El camino para subir es bajando (que diferente a los criterios del mundo). Jamienson-Fauseset-Brown expresó: “el árbol para poder crecer hacia arriba, debe echar las raíces muy hacia abajo”. Este texto entonces trata “del amor y el demonio”, de los amantes y los amados, de Dios, su amor y de ese horrible miedo que tenemos y que nos lleva a escondernos, a no dejarnos amar. Así, dejarse amar por Dios es renunciar, es resistir la idea de que los demás son objetos y de que Dios es simplemente medio; de esta manera, cuando te sientas seducido por el mundo, piensa en tu amante (Dios) y su dolor. Fin.