sábado, 6 de abril de 2013

¿Por qué Señor? Enfrentando la vida en tiempos de crisis. Parte I


¿Por qué Señor?
Enfrentando la vida en tiempos de crisis. Parte I
Salm 73
            convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 56
Todo cristiano y en términos generales todo ser humano tiene que enfrentarse a diario con la injustica, la maldad, la corrupción, la muerte temprana o en circunstancias extrañas de gente buena, experimentar el dolor propio o extraño. En pocas palabras se enfrenta al problema del mal y la maldad humanos. Frente a esto al cristiano le asaltan preguntas tales como ¿Dónde está la justicia? ¿Por qué a los buenos les va mal y a los malos les va bien? ¿Por qué Dios no hace nada para cambiar las circunstancias? ¿Se puede seguir confiando en Dios a pesar de su aparente descuido o falta de interés? Este problema se ha planteado desde la filosofía con el clásico dilema de Epicuro así: “o Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede. O puede, pero no quiere quitarlo. O no puede ni quiere. O puede y quiere. Si quiere y no puede, es impotente. Si puede y no quiere, no nos ama. Si  no quiere ni puede, no es el Dios bueno y, además, es impotente. Si quiere y puede, y esto es lo único que lo cuadra como Dios, ¿de dónde viene entonces el mal real y por qué no lo elimina?”[1]. El salmista Asaf vive en carne propia el dolor, la injusticia humana y la aparente “apatía” divina. De cómo enfrenta estas dificultades desde su experiencia de fe, es de lo que hablaré a continuación.
                Walter Brueggemann ha dicho que algunos salmos deben leerse bajo el siguiente modelo: orientación, desorientación y reorientación[2]. Esa forma se ve reflejada en la experiencia del poeta en el salmo 73. El salmista empieza “orientado” y muestra de ello es la afirmación: “verdaderamente Dios es bueno para con Israel…” (vv.1, 2). Esta tesis es producto de una reflexión profunda en cuanto a Dios y el mal. Es una afirmación que se fragua (se forma) en el fragor de la batalla, no en un escritorio con mesa de cristal.  La bondad de Dios no tiene sombra de duda. El no abandona a sus hijos, aun cuando caen; él les levanta. Sin embargo esta afirmación no fue el punto de partida sino su llegada. La “desorientación” del salmista se da a continuación a través de dos miradas[3]. Veamos entonces el camino que nos invita a transitar y a recorrer el salmista en su crisis. La primera mirada, enfatizada en la tercera persona del plural (ellos), es una mirada de angustia y de preocupación (vv. 3-12). A ellos, dice el poeta, nada les pasa, su estilo de vida no agrada a Dios para nada y les va bien: no hay dolores en su muerte, no tienen problemas como los demás hombres, su orgullo y violencia son recompensadas con riquezas, viven vidas en abundancia, su habla refleja orgullo y arrogancia.
            La segunda mirada, enfatizada en la primera persona del singular (Yo), es de depresión y de derrota. Ante el desafío anterior, el salmista es una víctima. La envidia que sintió llega a su clímax cuando concluye: “en vano he guardado mi corazón” (vv.13, 14).  No vale la pena ser honesto, ser santo, ser integro. De qué vale servir a Dios y ser justo, ser honrado si eso no funciona. Entonces es cuando dice que esto no es justo y piensa en unirse a aquellos que, a pesar de no estar al lado de Dios, les va bien. Sin embargo, antes de tomar tan arriesgada decisión, piensa en las consecuencias de eso a su generación. Sería una traición, afirma. Opta por seguir meditando toda esta situación. Aquí empieza la “reorientación”, a través de dos miradas más. La tercera mirada, basado en la segunda persona del singular (tú), es reveladora (17-20). Esta “reorientación” empieza en el templo, yendo al culto y en el marco de la comunidad que celebra la fe en Dios. Es cuestión de perspectiva, de forma de ver, se pone los lentes divinos y ahora, la cuestión es bastante clara. El poeta contempla ahora el juicio divino, como si nos dijera “Dios no callará para siempre”. El final de los impíos es catastrófico como resultado de sus estilos de vida. En ultimas, “Vivir de espaldas Dios y trasgrediendo sus leyes es ponerse en deslizaderos…”[4].
El salmista mira hacia atrás y confiesa tres estados del alma: amargura, torpeza y bestialidad (v. 23). Se puede notar que la respuesta del salmista se ha llevado a cabo por la vía de la deducción. Las circunstancias no han cambiado, los malos siguen allí, la maldad es evidente aún; pero él ha cambiado su perspectiva. Y es que la calidad de las respuestas que se reciben, depende de dónde se busquen esas respuestas. La cuarta mirada, fundada en la primera y segunda persona del singular (yo y tú). Es una mirada alegre y segura (vv. 21-28). Dios es toda su seguridad. El salmista va de la angustia y la preocupación a la seguridad en Dios. Va de la orientación, pasa por la desorientación y llega a una reorientación. Ha llegado a una nueva orientación, a la decisión de mantener una lectura alterna de la realidad. Continuará.


[1] ROPERO BERZOSA, Alfonso, Filosofía y cristianismo: pensamiento integral e integrador. Clie-Barcelona, 1997, p 192.
[2] BRUEGGEMANN, Walter, El mensaje de los Salmos. Universidad Iberoamericana,  México, 1998, p 31.
[3] Estructura tomada y adaptada de, ALONSO SCHOKEL, Luis, CARNITI, Cecilia. SALMOS II. Verbo Divino-Estella (navarra), 1993, p 972.
[4] MARTINEZ, José M, Salmos escogidos: introducción al salterio y antología. Clie- Terrasa (Barcelona), 1992, p 194.