lunes, 30 de julio de 2012

La revolución del amor


 La revolución del amor
1 Co 13:1-13
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 42
Los Corintios estaban inmersos en la megalomanía de los dones del Espíritu, sobre todo los que tenían carácter espectacular y llamaban la atención, especialmente el de lenguas. Quien ostentaba uno de estos dones espectaculares llamaba la atención de los demás hacia él, ya que esto le daba un aire de “espiritualidad y unción”. Era un verdadero culto a la personalidad. En capítulos anteriores se nota que al principio la valía del creyente había estado centrada en la popularidad del predicador con el cual se habían convertido (1:11-14); ahora estaba centrada en la espectacularidad  del don que poseían. Frente a esta tendencia individualista y pagana de ver el asunto el apóstol propone una opción radical y diferente; por ello les dice: “ustedes aspiran los mejores dones, pero yo les voy a proponer un camino mejor” (1 Co 12:33), una mejor aspiración. Ya podemos imaginar a los cazadores de dones ante la lectura pública de esta carta. Pablo- razonaban- ¿estás diciendo que hay algo mejor a que te aplaudan por hablar en lenguas y que te digan que eres muy espiritual por la “palabra profética” que das? ¡Dínoslo ya para ir tras eso y añadir a nuestra colección un don más! Pero, ¡qué sorpresa están a punto de llevarse!
            Este capítulo, como dice Wright[1], es el corazón callado que late tranquilamente y que le da sentido a todo lo demás. El amor, tema que concierne a este capítulo y que había sido tratado de manera breve en otra parte (8:1), lo definiremos aquí como la decisión que toma el creyente de poner al servicio de los demás los dones y capacidades que Dios le ha dado, no para autoexaltación, sino para la gloria de Dios. Ahora, ¿Por qué este camino es mejor que el de la búsqueda frenética de los dones para la autoexaltación? En primer lugar, porque sin esta decisión el uso de los dones se convierte en mera algarabía, exhibicionismo y negación (vv.1-3). El apóstol propone algunos casos posibles: “si hablo lenguas de hombres o ángeles…” (v.1); esta capacidad sin amor es mera algarabía y la negación de la capacidad de comunicación: “metal que resuena” (Cp. Sal 150:5). “Si tengo profecía… y si tengo toda la fe…” (v.2); estos dones sin amor niegan la capacidad del ser: “nada soy”. “Si reparto… y si entrego mi cuerpo…” (v.3); esta capacidad de sacrificarse sin amor es una negación de lo útil: “de nada me sirve”.
            En segundo lugar, este camino es mejor por el carácter virtuoso del amor (vv. 4-8). Las virtudes del amor enumeradas aquí tienen como objetivo decirles a los corintios todo lo que ellos no eran o no hacían en sus cultos: por ejemplo, si el amor es paciente, ellos eran impacientes y no se esperaban en la cena (11:33); si el amor no es celoso, ellos celaban los dones que otros tenían; si el amor no es indecoroso, sus cultos patrocinaban el indecoro propio de las reuniones de los “cultos mistéricos”: personas tiradas al piso, labios espumeantes y gente fuera de control; si el amor es sufrido, ellos miraban el sufrimiento como oposición a la fe. En tercer lugar, este camino es mejor por el carácter permanente del amor, en contraste con el carácter transitorio de los dones (vv. 8-10). Los dones (profecías, lenguas) tienen fecha de vencimiento; el amor es permanente, no caduca. En la actualidad estamos incompletos, pero el amor es muestra de que el futuro ha comenzado. Cuando llegue lo perfecto, lo temporal se acabará, porque cuando el sol sale, todas las luces se apagan[2].
              En cuarto lugar, este camino es mejor por el llamado a la madurez que el amor hace (vv. 9-12). El apóstol hace uso de dos metáforas para decirles que el amor no patrocina la pereza y el quietismo, más bien aboga por el desarrollo y la madurez del creyente. Con la metáfora del niño les dice que deben ir creciendo; hay que tomar conciencia de la mayoría de edad. Ellos habían tomado el tema de los dones como un juego de niños. Cuando la iglesia no toma conciencia de la naturaleza de los dones y del amor, muestra con ello su inmadurez. Con la otra metáfora, la del espejo, les dice que deben vivir expectantes por el futuro; los dones no son un fin. En quinto lugar, este camino es mejor por el carácter preminente del amor, aun por encima de la fe y la esperanza (v.13).
            La lectura de este texto ha sido relegada, de manera trivial e irreflexiva, a las ceremonias matrimoniales, un asunto que lamentamos; el texto en su contexto original habla del culto. En segundo lugar, el texto nos pregunta por qué hacemos lo que hacemos, qué buscamos al usar nuestros dones o capacidades en la comunidad. En tercer lugar, la iglesia puede existir sin los dones, pero morirá sin amor. En cuarto lugar, el apóstol no propone tanto un marco para el desarrollo y uso de los dones, sino que señala un camino superior al de la vida dedicada a la búsqueda y la ostentación de los dones del Espíritu. En quinto lugar, la dimensión donde se puede llevar a cabo el uso de los dones no es la “unción”, sino el amor. En sexto lugar, Pablo termina diciendo que dado que esto es así, que el camino mejor es el amor, entonces que se lancen a la búsqueda del amor” (14:1). ¡Qué revolución!      Fin.


[1] WRIGHT, N.T, Sorprendidos por la esperanza: repensando el cielo, la resurrección y la vida eterna. Convivium Press-Miami. 2011,  p.266.
[2] “En la venida de Cristo se habrá alcanzado el propósito final de la obra salvadora de Dios en Cristo”. FEE, Gordon, Primera epístola a los Corintios. Nueva Creación-Buenos Aires, 1998,  p.732.

miércoles, 18 de julio de 2012

La casa de mis sueños: el mensaje de Hageo ayer y hoy


La casa de mis sueños: el mensaje de Hageo ayer y hoy

convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 41
El mensaje del profeta Hageo se centra en los habitantes de Judá, sobre todo en Zorobabel y Josué, quienes después de haber llegado del exilio habían descuidado la redificación del templo o la casa de Dios. Este descuido se debía básicamente a dos razones: en primer lugar al desánimo ante la oposición samaritana frente a un primer intento de reconstrucción (Esd 3:8 - 4:24); y en segundo lugar al exceso de preocupación del pueblo por los proyectos meramente personales. Frente a esta realidad, el profeta predica cuatro sermones en los que desafía al liderazgo (poder político y religioso) y al pueblo en general a reiniciar las obras de reconstrucción del templo que los babilonios habían destruido[1].
El primer mensaje trata un asunto práctico (1:1-15): el ornamento y lujo de las casas contrasta con la ruina y le deterioro de la casa de Dios. Esta situación muestra en sí misma un desequilibrio y un cambio en las prioridades del pueblo, y a la vez pone en la mesa la cuestión de lo urgente y lo importante, lo fundamental y lo accesorio, lo central y lo periférico. Frente al letargo del pueblo al decir “aun no ha llegado el tiempo para edificar la casa de Dios” (1:2), el Señor le responde diciendo que piense, que haga un alto en el camino y reflexione. La vida del pueblo está en ruina, porque la casa de Dios también lo está. Así, el templo en ruinas es una señal clara de la condición “espiritual” del pueblo; esa situación se refleja en el día a día.  Pero el pueblo escucha y actúa.
Hay señales claras de declive espiritual en el pueblo de Dios; dejar para después lo importante es una muestra clara de ello. Cuando el hombre pierde su relación con Dios, el entorno se le vuelve agresivo (Cp. Gén 3: 9-24; Dt 28:15). El segundo mensaje trata de un asunto histórico y teológico (2:1-9): este templo sobrepasará en gloria y esplendor al referente histórico: el templo construido por Salomón (1 Rey 6-8). El referente teológico es también citado: Dios les recuerda que, según la teología del pacto en el marco de la liberación de Egipto, él moraría entre ellos. Ese era el ideal (el sueño) y por ello la construcción del tabernáculo (Éx 40:34). Ellos han sido, son y serán conocidos como un pueblo de la presencia de Dios, y esa presencia disiparía los temores en este proyecto. Pero Dios también promete abolir todas las fuerzas de agresión (2: 6,7-9). El tercer mensaje trata con un asunto litúrgico (2:10-19): la consulta a los sacerdotes sobre la cuestión de la contaminación arroja el siguiente mensaje: “el culto que ustedes hacían, los sacrificios que ofrecían, no eran agradables, porque sus vidas no lo eran”. Hay una relación íntima entre vida y culto. El culto no era una cortina que escondía la inmoralidad y los pecados del pueblo.
El cuarto mensaje trata un asunto político (2:20-23): ante el colapso de la monarquía, Judá era ahora solo provincia de Persia, y Zorobabel, gobernador de aquella. Por ser descendiente de David, el profeta proyecta en él la restauración de la dinastía, las esperanzas mesiánicas. Dios promete delegar toda su autoridad en Zorobabel, como un anillo para sellar (Cp. Jer 22: 24,30). Los compromisos de Dios para este pueblo siguen vigentes, por lo que pueden seguir confiando en él. Dios morará en su casa, la de sus sueños (ideal), estará en medio de su pueblo y gobernará a través de Zorobabel. El pueblo sería lo que tenía que ser: una nación de la presencia de Dios.
Ahora, ¿Qué tiene para decirnos este mensaje hoy? En primer lugar, el mensaje de Hageo no es un sustento teológico o escritural para construir templos hoy. La construcción de nuestros templos tiene que ver más con un asunto administrativo y estratégico, no tanto teológico, como en esa ocasión. En segundo lugar, en el NT la teología del templo es aplicada a Jesús: él es el nuevo templo que contiene la gloria de Dios, y en torno a él su pueblo, la iglesia, se congrega (Rm 12:1,2; Col 1:19). Él fue el templo en ruinas por la acción de los hombres que se reconstruyó en tres días para remplazar el templo de Jerusalén (Jn 2:19-20; 4:21). Por extensión, el templo, la casa de Dios, no es un conjunto de cuatro paredes; es su Iglesia (Ef 2:18-20; 1 Cor 6:19; 1P 2: 4,5). La iglesia es el templo en construcción, es la obra no acabada, es el asunto inconcluso, y, ante todo, la portadora de la presencia de Dios. A este proyecto somos llamados por gracia para participar de manera comprometida en su construcción.
En tercer lugar, en Cristo, el mesianismo prometido a Zorobabel llega a su clímax; en él Dios trae salvación, reafirma su reinado y trastorna los poderes de este mundo. En cuarto lugar, la palabra del profeta estimula la esperanza: no existen situaciones de destrucción ni de ruinas que sean irreversibles; aunque todo se encuentre hecho pedazos, en Dios, la reconstrucción será un proyecto posible. Así, viviendo profundamente todas nuestras destrucciones y asumiéndolas sin negarlas, lograremos experimentar la restauración y el resurgimiento que viene únicamente de Dios. En quinto lugar, la iglesia debe ser conocida como el pueblo de la presencia de Dios, un pueblo en construcción para la construcción, un lugar donde la restauración es posible, donde la esperanza y la utopía son realizables.  Fin.


[1] Cada uno de estos mensajes está dado en un marco temporal específico: de septiembre a diciembre del año segundo del rey Darío de Persia, en el 522 a. de J.C aprox.

sábado, 7 de julio de 2012

El valor de predicar: consejos para un amigo predicador. Parte II

El valor de predicar: consejos para un amigo predicador. Parte II
El centro

           convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 40
Samuel, como es sabido por las ciencias humanas como la antropología, la psicología y la sociología, todo ser humano debe responder a las preguntas “¿para qué estoy aquí?”,  “¿para qué existo?” y “¿cuál es mi centro?”.  Una vez respondidas, se genera una agenda o proyecto de vida que determinará valores, principios y prioridades en la existencia de un individuo[1]. En la Biblia encontramos varios ejemplos de personas que dieron respuesta a esas preguntas, aunque trajeran algunos “malestares”: Josué tuvo que definir su centro en Siquem ante las tribus de Israel (Jos 24:15); Jesús hizo lo propio ante el éxito por milagros y exorcismos (Mr 1:38); y los apóstoles igualmente lo hicieron frente al desafío de un problema interno en la iglesia naciente (Hch 6:4). En la predicación, mi querido amigo, también pasa lo mismo. Cuando te enfrentas a un texto debes definir su centro, o responder a la pregunta “¿Qué dice este texto?”;  la respuesta determinará muchos asuntos a la hora de predicar tu sermón.
            Cuando estés trabajando un texto para tu predicación, lo primero que debes definir es la idea central o idea exegética, o el centro del texto. La mente humana siempre se está preguntando de qué trata esto o aquello, una película, un libro o una discusión. Por eso, si tienes una idea clara sobre el tema central del texto serás concreto y claro al comunicar. En ocasiones, la idea central del texto no será fácil de encontrar, no porque el autor la dejó como un código indescifrable, sino por la dificultad a nivel narrativo, argumentativo o poético a la que muchas veces nos enfrentamos como predicadores, y por los ‘lentes’ o presupuestos con los que a veces nos acercamos al texto Bíblico. Sin embargo, hay dos preguntas que se le deben hacer texto; esto es muy útil a la hora de hallar la idea central. La primera pregunta define el tema: “¿De qué está hablando al autor?”; la segunda define el complemento: “¿Qué dice de eso que habla?”[2] Si aplicamos estas preguntas a la siguiente sentencia: “el cielo es azul”, responderíamos así: “Tema: el color del cielo; complemento: es azul”. Tomemos una segunda sentencia: “lámpara es  a mis pies tu Palabra”. Tema: el beneficio de la Palabra; complemento: guía en la oscuridad.
            Ahora, querido amigo, trabajemos un texto de manera más detallada. Tomemos Efesios 3:1-13. Por las repeticiones y énfasis que hace el autor, el tema es “el misterio de Dios”, y el complemento es “que lo judíos y gentiles formen, en Cristo, un solo pueblo llamado iglesia”. El mensaje central de este texto se expresaría así: el misterio de Dios consiste en que los judíos y no judíos formen, en Cristo, un solo pueblo llamado iglesia. Así, y de manera simple (no simplista), hemos encontrado lo central en el texto de Efesios. Ahora sabes con certeza de qué trata este texto; esto hará más sencilla su comunicación. Pero falta algo muy importante: el bosquejo o estructura. La idea central es como una gran cuerda; hay ideas secundarias, que son como prendas de vestir que vas colgando; pero falta el fundamento que sostiene a la idea central, al que se le llama bosquejo o estructura. Cuando tengas la idea central te propongo hacer una tercera pregunta que acompaña a las dos de la idea exegética: “¿cómo desarrolla el autor esa idea en el texto?” De esta manera no le impones al texto una estructura sino que te dejas llevar por él para descubrir la estructura que el autor usó o la manera en la que organizó sus ideas para comunicar su mensaje.
            El escritor pudo usar contrastes, resúmenes, declaraciones generales, desarrollar un argumento con clímax intermedio o final, repetir términos o frases, desarrollar un argumento lógico, usar símbolos o imágenes, elaborar y contestar preguntas, usar paralelismos, entre otros. Así, mi querido amigo, te darás cuenta de que mensaje y forma no compiten, se complementan. En Marcos 4:35-41, cuando preguntamos cómo desarrolla el autor la idea central, encontramos tres elementos grandes y tres preguntas: una gran tormenta y una pregunta, una gran quietud y una pregunta, un gran temor y otra pregunta. Si te es útil, de todo lo que te he expresado, te propongo un resumen. Frente al texto, pregunta: 1) ¿Qué está diciendo el autor? Resume en una frase o párrafo pequeño el mensaje del texto; así podrás entrar un poco en la ‘mente’ del autor.  2) ¿Por qué lo está diciendo? Esto te introduce un poco en la problemática interna de los lectores primarios, pues hay detalles entre líneas que son necesarios notar. 3) ¿Cómo lo está diciendo? De esta manera descubres la estructura lógica o bosquejo que el autor usó para ordenar y comunicar mejor su mensaje. Recuerda que lo central es lo importante;  sin ello todo lo demás es vano. Lucha con el texto cual Jacob con el ángel (no lo sueltes hasta hallar lo central). ¡Encuéntralo, vívelo y predícalo!  Continuará…



[1] “En ultima instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ellos plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”. FRAKL, Víctor, El hombre en busca de sentido. Herder-Barcelona, 1988, p 79.
[2] ROBINSON, Haddon W, La predicación Bíblica: cómo desarrollar mensajes expositivos. Unilit- Miami, 2000, p 40,41.